Día a día observamos el rostro de numerosas personas. Necesitamos mirarnos para identificarnos, determinar el género y la edad, expresar emociones y cognición, así como ayudar a comprender el lenguaje.
Aunque usemos el rostro para todas esas funciones, el cerebro las trabaja de forma relativamente independiente, reconociendo un rostro a través de diferentes etapas consecutivas. Intuitivamente comprendemos que este reconocimiento es secuencial ya que con frecuencia pensamos: “esta cara me suena”, “se parece a alguien pero no se a quien”, “no recuerdo su nombre pero le conozco”, “aunque ha cambiado mucho tengo claro que era ella” y otros similares. Todos estos ejemplos nos muestran que reconocer una cara no es un proceso todo-nada, contiene muchos matices y no siempre llegamos a reconocer a una persona al 100%.
Conocer y mejorar cómo vemos un rostro permite interpretar mejor sus gestos, favorecer la comunicación y empatía y disminuir radicalmente los conflictos.
Pero ¿cómo ve el cerebro una cara? ¿Igual que cualquier otro objeto? ¿Como un todo? ¿Como suma de partes? ¿Cómo lee las emociones?
Al ver un rostro familiar o conocido se despierta una unidad de reconocimiento facial (FRU). El cerebro crea una unidad específica de este tipo para cada persona conocida. Al observar ese rostro, se activa de forma secuencial la información personal y semántica asociada a esa persona (PIN-SIU). Este no es un proceso pasivo ya que con frecuencia a través de la lógica y el contexto inferimos si puede ser o no la persona que creemos, algo así como “se parece a mi abuela pero no puede ser ella porque no vive en esta ciudad”.
La identificación del rostro se basa en los valores de determinadas dimensiones faciales siendo las más importantes la distancia entre los ojos, el tamaño de la nariz y la anchura de la boca. El cerebro valora esas distancias para cada persona, las compara con una media poblacional y desde ahí reconocemos a una persona. Por ello reconocemos más fácilmente caras muy diferentes a la media y nos cuestan más las caras que son muy parecidas.
Numerosos efectos curiosos se producen al leer la identidad de una persona en el rostro.
Uno de ellos es el Efecto Caricatura. Cuando los dibujantes realizan simulaciones sobre un rostro conocido, varían sus tamaños, exageran proporciones y resaltan algunas facciones, sin embargo, los reconocemos perfectamente 1. Ello es debido a que el efecto caricatura exagera las diferencias entre la cara media y la original de modo que aún siendo diferentes se facilita el reconocimiento.
Un segundo fenómeno es el Efecto otras razas. Somos mejores reconociendo caras de nuestra raza que de otras distintas. El cerebro se ha desarrollado visualmente desde temprana edad. Al nacer apenas distinguimos un cara muy borrosa y difuminada de nuestra madre en la que resalta un leve triángulo formado por los ojos y la boca. Asociamos a esa imagen la prosodia del lenguaje de la mamá, mediante la entonación precisa y no las palabras. A medida que madura el cerebro visual vamos reconociendo otras caras que se parecen entre sí porque forman parte de nuestra cultura. Al ver caras de otras razas nuestro reconocimiento es menor ya que se salen de un modelo normativo como el nuestro. Basta citar como ejemplo las dificultades que tenemos para distinguir entre asiáticos sus rasgos distintivos. A nuestro cerebro les parecen iguales, aunque no lo son 2.
El fenómeno de la negación fotográfica parte de que el ojo humano, fruto de la evolución, suele tener los focos de luz arriba, con el Sol como principal fuente. Por ello los contrastes y sombras que surgen de esta fuente de luz son bien conocidos para el cerebro. Basta iluminar un rostro desde la barbilla hacia arriba para generar una reacción novedosa y a menudo temerosa sobre el mismo rostro, fenómeno que conocen bien cineastas para generar miedo en el público. Esta característica explica bien el porqué reconocer el rostro es un proceso en 3D y no en 2D, ya que para reconocer necesitamos ver luces y sombras. Si aplicamos la negación fotográfica total, nos resulta muy complicado reconocer un rostro 3.
La inversión del rostro provoca en nosotros un enlentecimiento en el reconocimiento que no se produce con otros objetos. Pasamos de ver el rostro de forma holística a procesarlo analíticamente. La capacidad para distinguir entre dos caras cuando se dan la vuelta se reduce drásticamente. Ello implica que el cerebro ve diferente un rostro que cualquier otro objeto. Invertidos dos rostros que parecen iguales resultan ser muy diferentes en su disposición vertical habitual 4.
La ilusión de Thatcher es un ejemplo extendido del caso anterior. En esta ilusión tomamos por correcta una imagen que después resulta grotesca y en la que parte de sus componentes se muestran verticalmente de forma habitual 5. La inversión reduce la sensibilidad espacial que relaciona los rasgos de la cara con el resto de componentes.
Los efectos de distorsión nos muestran hasta qué punto podemos alterar el tamaño relativo de nuestra cara 6. En la medida que lo hagamos globalmente por ejemplo doblando su longitud o triplicando su anchura, el reconocimiento no se verá afectado, al revés que en los fenómenos de inversión.
Los rostros familiares o desconocidos se procesan de forma diferente. Somos muy buenos para recordar caras conocidas y realmente pobres en el procesamiento de rostros que nos resultan ajenos. Consideramos un rostro familiar no el de aquella persona que hemos visto en los medios (por tanto en 2D) sino el de rostros de personas con las que hemos interactuado en numerosas ocasiones durante largos periodos. Si observamos las caras familiares con cambios en la pose o expresión o incluso con imágenes de mala calidad como las obtenidas por cámaras CCTV, el reconocimiento es muy alto 7. Mediante diversos estudios sabemos que reconocemos el rostro familiar por la parte interior de la cara (ojos, nariz y boca) mientras que las caras no familiares las procesamos principalmente por la línea exterior de la cara y el pelo.
¿Qué hay del movimiento de la cara? Nuestra percepción del rostro rara vez es fija. Las personas mueven ojos, nariz, boca y a su vez giran y mueven el cuello y la cabeza. Percibimos en 3D y además en movimiento, por lo que la forma de mover la cabeza y expresar el rostro puede formar parte del reconocimiento. De hecho cuando los investigadores presentan caras familiares irreconocibles salvo en su aspecto de movimiento, los sujetos no presentan dificultades en el reconocimiento 8.
Leer el rostro de las personas para determinar su identidad es un proceso por tanto complejo para el que el cerebro ha evolucionado de forma específica: verticalidad, proporciones, dinamismo, patrones normativos, luz y cultura son algunas de sus más peculiares características.
Pero no sólo la identidad es lo que nos proporciona leer el rostro.
Otra habilidad importante para nuestra vida cotidiana es decodificar la expresión emocional (segunda parte).
Referencias
1 Peterson, M. and Rhodes G. (2003). Perception of faces, objects and scenes. Oxford University Press.
2 Valentine T. and Endo M. (1992). Towards an exemplar model of face processing: the effects of race and distinctiveness. Quarterly journal of experimental psychology, 671-703.
3 Galper, R.E. (1970). Recognition of faces in photographic negative. Psychonomic Science, 207-208.
4 Freire, A., Lee, K. and Symons L.A. (2000). The face inversion effect as a deficit in the encoding of configural information. Perception, 159-170.
5 Murray, J.e., Yong, E. and Rhodes (2000). Revisiting the perception of upside-down faces. Psychological science 498-502.
6 Hole G.J., George P.A, Eaves, K. (2002). Effects of geometric distortions on face recognition performance. Perception 1221-1240.
7 Liu C.H. (2003). Face recognition is robust with incongruent image resolution. Journal of Experimental psychology, 33-41.
8 Steedy L.L. (2007). I can´t recognize your face but I can recognize its movement. Cognitive Neuropsychology, 451-466.